jueves, agosto 24, 2006

Los rompevidrios (lado b)

¿Por qué Villafañe abandonó la alegría de las noches del Valiant y se mudó al Castillo tropical de la fiesta negra eterna? ¿Por qué dejó a Canaro en este país, lo tiró al vicio de las bufandas, lo hizo un lamedero profesional y se fue derecho a su tragedia a dejarse pinchar, tantas veces, tantas veces por los rosales en las orillas del Río Comprimido?
Yo los esperaba de rodillas con las manos extendidas y el canastito lleno de cristal de roca listo para ser también hielo frappé como las vidrieras que fabricaban ellos por las noches del circuito. Domínico-Lanús-Bernal. Esas rodillas de hombre percudido de tanto arrastrar los años por el camino de piedras. Los tubérculos, las papas del fracaso. Las raíces arrancadas y arrojadas, vueltas al aire...como lo más hermoso que dijo el que trabaja la tierra con ansiedad, el que echa fertilizante a una primera persona de mentira: nos , los representantes...esa burocracia tirana de la constitución nacional, sentimental, semental, en realidad.
Yo los esperaba con las uñas heladas un mediodía como cualquier otro pero que no. Porque ese día tiraba lo que encontraba al tacho: los papeles viejos, las lapiceras secas, las fotos en baja resolución...huía del naturalismo: de la orografía de paja... y el escritorio quedaba limpio como terreno a mis ojos desconocido, listo para él. El primer rayo de sol vertical: maduro. Oraba a la niña santa esa que escribió con lágrimas a los quince una biblia que empezaba así: la ropa interior no existe...
Los rompevidrios amaron juntos en esa sociedad de imbéciles las calles de nadie, la madrugada anónima del gebeá, porque sólo en ese hermetismo de niña virgen ostra cerrada: la perla: la amnesia (el living la vida loca) de la infelicidad.
Yo los esperaba escondida detrás del mostrador: cuando creía todavía en leyendas urbanas: iban a venir a quebrar la vidriera mía para que yo pudiera dar por terminada mi colección de añicos...



(antes de escribir esto, mojé los pies en varias de las fuentes de las plazoletas de esta ciudad: fui la última en llegar, el niño rengo detrás del flautista y de los demás, de una caminata mochilera de un siglo federal partido al medio. Los personajes pertenecen a la trilogía de Los animales de Australia escrita por el Rodolfo Z nacido en la localidad en que vivo. Ah: y soy consciente de que estoy cerrada, ensimismada como bicho de mar (o niña ostra). Nada de erizos: narcisos de la voz, propongo hoy, como aprendí de mi padre )

3 comentarios:

Unknown dijo...

dale para adelante

sol dijo...

me gustó!

nv dijo...

gracias chicos!! dos muy buenos bloggers, juguetes míos ya.