martes, agosto 22, 2006
cara cortada
Al año tuve mi primera marca de esas que me quedaron en la cara para siempre. Estaba en una quinta de tíos en Pilar. Jugaba sola, todavía era hija única, claro. En una salí corriendo y la frente mía fue a dar sobre una estructura de ladrillos sobre la que se desparramaban almohadones y hacía de cama. Resultado: discusión parental, mucho llanto: propio, materno, paterno (era su primer bebé, la culpa no cabía...), un par de puntos en el sanatorio más cercano y la cicatriz de por vida.
El segundo inciso no tiene más de dos años: el febrero que pasó, no, el anterior, me hice la única perforación facial voluntaria, cerca de la comisura derecha. El arito era un brillante: mínimo, precioso. Pero duró sólo lo que mis vacaciones-2005. En agosto, al mes de que empezara a trabajar, una mañana se me cayó mágicamente la tuerquita, que era el cuerpo del aro mismo, en la oficina. Piso de alfombras: un pajar azul para buscar lo que sea. A la salida corrí a comprarme otro con urgencia: temía lo que vino después: del lado de adentro el agujerito se había cerrado a la velocidad de la luz. Debían abrirmelo, aguja mediante, de nuevo. Pero yo para esos días de invierno ya era otra. Pasada la fiebre del piercing estival, no pude ni pensar en la idea de volver a pasar por la silocaína, el pinchazo, la hinchazón, el iodo, la maña curadora.....de mi boca salió un firme: " no, gracias". Hasta hace dos noches, esa marca era por ahora la más visible y molesta.
Yo nunca, nunca, me acuerdo de los sueños. Pero por algo el del sábado se me estampó: fue más bien una pesadilla y había (cuándo no) tijeras, esta vez ardiendo: eran rizadoras. Había una fiesta y yo iba con cierta reticencia que me es normal a la peluquería, lugar que me parece de por sí pesadillesco: los malentendidos, las negociaciones con los vampiluqueros, su malhumor, los espejos transpirados por el calor de los secadores, el cuchicheo gótico, el olor a flores muertas de la tintura. Después de todo ese horrible eso, los rulos habían quedado listos y el color radiante. Sin embargo lo que sigue no es feliz: empiezo a notar, junto con el volumen de la musiquita de suspenso en alza, una manchita marrón en mi mejilla izquierda. Era una quemadura inverosímil y pequeña pero era eso: la huella mnémica de la bucleadora. Me desperté con el grito desgarrado tapando la musiquita. Me desperté una noche, me volví a despertar la siguiente...
Y la marquita siguió siempre ahí.
No sé cómo las altas temperaturas hicieron para atravesar todas las capas que abarcan la brecha entre la realidad onírica y la realidad del relato. Pero lo cierto es que la memoria mecánica del fuego en la piel me dejó una isla nueva frente al espejo a la que ya, moderadamente, empiezo a acostumbrarme.
¿quién se roba el magiclick
todas las noches?
me duermo pensando en eso, me confío,
al viaje en colectivo
y me despierto al final
del recorrido
una noche de lunes llena
con un sello en la cara
y una fecha vencida en el boleto
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