viernes, octubre 20, 2006
Golpecitos de franela intensa
Yo también soñé anoche que mi casa estaba enteramente limpia. Vivía la vida de otra. Usaba guantes amarillos de goma y patines de tela. Tenía un sólo miedo: el de los confines de Silvia: acabar con la cabeza bien metida en el horno. Y quizás era por eso que me la ataba con pañuelos. Floreados y colorinches: divinos, energizantes. Como puro mecanismo de prevención, supongo. De espantamufas.
Acá, de este lado,
tengo la alacena llena de tópicos viejos, de poemas vencidos. La cocina de humo.
Y llamo cada tanto desde afuera.
Anoche mi papá me decía por teléfono "quedan tannnn feas...las mujeres así, con los tobillos al descubierto...los pantalones ajustados..." y ponía su puchero de asco.
Yo no lo veía pero me lo imaginaba. Y nos reíamos porque pensábamos tan distinto. Y yo me reía más porque me miraba y era justamente eso lo que tenía puesto. Nos despedíamos con emoción, yo le encargaba mis besos para el resto...
Hoy me duelen las piernas. Dos días seguidos de sentadillas después de meses de inactividad se viven así, al borde de la parálisis, de la inconexión total. Quiero espantarme la bobación con lo que recomienda Doña Chon: bañitos de sol, así que voy a evaporarme media horita de la oficina. Por el bien de mis huesos y del espíritu santo.
Definitivamente soy cada vez más otra: ayer me compré en Todo Moda una medallita que tiene pintada una virgen alada guiando los pasos de una nena vestida de azul. Y no lo hice simplemente por mi afección natural a lo kitsch. Hubo algo más. Iba a regalarla pero me la quedé. Y además ya empecé a pasarme el día cargando botellitas con agua del dispenser. Tengo en claro que voy a cumplir con la rigurosidad de los centímetros cúbicos necesarios. Y estoy dispuesta a vivir en las mejores guaridas de todo lugar que son los baños.
dime cooooómo ves el mundo
exiliado en caaaada lavabo
contando caaaada minuto,
administrándote los graamos
Canto por cantar como hacemos todos (los que estamos contentos). Me refriego las poses de idiota contra los azulejos. Y me quedo segundos eternos. Abducida ahí. Los teléfonos suenan, suenan...Mientras, yo, como estoy sana, no escupo. Uso gotitas de Relusol: lustro canillas para desconcertar con su fulgor a los normales que sí trabajan. Y a mi propio mundo, claro, de escritorio, planillas, novelitas grises y banda ancha. De platería opaca.
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