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En la próxima Zch, la pensadora quilmeña vuelve sobre el malestar cultural que nos roba el sueño, sobre el reverso perverso de la repetida respuesta: "no se entiende che". Porque no es lo más grave enfrentarse al que está al borde de abandonar la lectura, tras el fastidio de la oscuridad, y lo manifiesta: eso es inquietud: mérito del que se queja y responsabilidad nuestra que habrá que subsanar. El peligro está en el silencio de los que, en apariencias, son receptores competentes, en el desinterés por la problematización de "lo extraño" cuando toma forma concreta, cuando adquiere nombre propio. ¿Quién es la madre biológica de la impermeabilidad?
Dice Clarita O:
Goces y estilos de vida, significaciones, saberes, razas, clases sociales y condiciones de vida diferentes: todo eso nos remite a la base material de las tan mentadas diferencias de cultura que se materializan en proyectos disímiles que pugnan por un lugar. Esta lucha más o menos velada constituye el capítulo central del malestar de las llamadas instituciones culturales. Esa es la historia que Freud pasa un poco por alto: la de la estructura material de la sociedad que determina la entronización de un proyecto sobre otros, el cual se convierte, por su misma posición prioritaria, en “la” cultura incontestable que funciona como paradigma legitimante de toda otra formación. Así, la cultura que deviene dominante se caracteriza por un acceso privilegiado a los bienes simbólicos (desde libros hasta recitales de rock) y por un ejercicio, también privilegiado, de “violencia simbólica” que determina que sus significaciones, por la fuerza misma de su imposición, se vuelvan evidentes. La gravitación casi absoluta de ciertos significados culturales es muy clara si pensamos en los criterios de valor estético a los que muchos de nosotros estamos tan habituados.
Continúa en el número 9. Consígala...
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